martes, 2 de octubre de 2007

Hormigas argentinas invasoras.

Aseguran que pueden frenar la plaga de hormigas argentinas.
Científicos de la Universidad de California descubrieron que disminuyendo el nivel de humedad de su hábitat se consigue reducir su número. La especie, surgida en el país, sólo es dañina en el extranjero.

Llegaron de muy lejos y ahora las quieren eliminar. En realidad, controlar. Las hormigas argentinas, aquellas que pertenecen a la especie Linepithema humile, recorrieron un largo camino desde que hace aproximadamente 100 años viajaron como polizones en barcos cerealeros y conquistaron parte de Europa y de América del Norte.

Linepithema humile. Apenas bajaron de las embarcaciones intentaron ganarse un lugar. Y les fue tan bien en su “cruzada” que con los años llegaron a convertirse en plaga. Pero el destino de plaga no es bien visto cuando empieza a provocar inconvenientes. En los Estados Unidos, por ejemplo, están dispuestos a darles batalla. La Universidad de California, en San Diego, ideó un método para controlar su expansión. Quieren frenarla porque perjudica, especialmente, a las lagartijas con cuernos que viven en las zonas costeras de California. Arrasan con el alimento de esos animales y, así, les provocan un grave trastorno para su supervivencia. El método que desarrollaron en San Diego no es extraordinario, pero parece que bien aplicado sería efectivo. Estudiaron el modo en que influyen los suelos húmedos para favorecer la dispersión y asentamiento de esta especie. Observaron que la afinidad es alta; y en base a esos datos programaron niveles de humedad y sequía para confirmar qué hacer con ellas. “Se basaron en hechos ya conocidos, pero para ellos son una plaga preocupante y por eso necesitan ensayar diferentes modos de control”, reflexiona Patricia Folgarait, una mirmecóloga (experta en hormigas) eminente que trabaja en la Universidad de Quilmes (UNQ) en colaboración con otras universidades del mundo para elaborar metodologías de control biológico sobre estos diminutos animales. Folgarait, que co-dirige el Programa de Investigaciones en Interacciones Biológicas de la UNQ, no se muestra sorprendida por el método de los californianos y sus resultados, pero destaca que el estudio de las hormigas plantea desafíos a medida que se avanza en el conocimiento de sus hábitos y características. Y que con ellas es posible profundizar en temas tan disímiles como el control biológico de las poblaciones o la estructura social que poseen, algo que suele difundirse ya en la escuela primaria. “Para controlarlas podemos utilizar nuestros propios sistemas de irrigación; con agua se sienten más cómodas, sin agua, sus colonias no prosperan”, señaló David Holway, profesor asistente de Biología y una de las cabezas del estudio de California. Los experimentos que le permitieron arribar a esa conclusión se hicieron en cinco lugares de San Diego: dos reservas naturales de la Universidad de California, y otros tres sitios de monitoreo de especies. Durante seis meses controlaron la irrigación de esas zonas, en los meses de mayo a octubre, y observaron el efecto en las colonias. Luego de tres meses, concluyeron que en las parcelas irrigadas la población había crecido hasta en un 38 por ciento y que eso no había ocurrido donde la irrigación fue menor. Hace un tiempo, cuando todavía no tenían entre manos este método de control, la preocupación se centraba en analizar los daños que estaban provocando con su exótica invasión. “Podrían ser desastrosas para todo un ecosistema”, advirtió el investigador Andrew Suárez cuando se revelaron los resultados de las primeras investigaciones. En esa oportunidad, delimitaron la región en donde habían logrado asentarse: desde la Bahía de San Francisco hasta los ríos y arroyos cercanos a Sacramento, aunque también se las podía encontrar a lo largo de la costa del sur de California.
Ya en 1997 se consideraba a Linepithema humile como una plaga superior en número a las pulgas y a las cucarachas. Se decía que, en forma sostenida, estaba provocando una considerable baja en la población de colonias de hormigas locales, que eran más grandes pero menos agresivas. Y eso afectaba, indirectamente, a los animales que se alimentaban de ellas. La lagartija con cuernos fue la primera en ser perjudicada: al escasear las hormigas autóctonas comenzó a alimentarse de escarabajos. Con el tiempo, ese cambio de hábitos fue terrible para su supervivencia. Primero la afectó en su crecimiento y después, en su capacidad de reproducción. No son sólo otros animales los que padecen a la hormiga argentina. La agricultura es también un blanco, y por partida doble. Porque matan o desplazan a las hormigas locales, que contribuyen a desparramar las semillas, y que son las mismas que ayudan a diseminar a los pulgones. Para los granjeros, las cosechas más vulnerables son las de tomates, cítricos y paltas. Preocupados por el avance de la plaga utilizaron insecticidas poderosos. Se estima que ya se gastaron en California alrededor de 200 millones de dólares en veneno para erradicarlas. Para los especialistas, ese tipo de control es el que se denomina químico. Clásico y antiguo, últimamente está siendo reemplazado por el control biológico, que intenta ser menos agresivo y ataca a las hormigas utilizando a sus propios parasitoides.
En la Argentina, donde no hacen daño alguno, se las estudia para entender el porqué de sus hábitos. Aquí no son plaga, ni son exóticas y se “portan bien”.

Fuente: Diario Clarín
Autor: Eliana Galarza

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